Foto: Ditchling en la década de 1920

jueves, 24 de noviembre de 2011

La formación de E.F. Schumacher


Por Joseph Pearce el 7 de Julio de 2010 en The Distributist Review

Pocos saben que cuando se publicó Lo Pequeño es Hermoso, las teorías económicas de E. F. Schumacher estaban sujetas a sólidos principios religiosos y filosóficos, frutos de toda una vida de búsqueda. En 1971, dos años antes de la publicación de su libro, Schumacher se había convertido al catolicismo, el destino final de su viaje filosófico.


“Está muy bien vivir en forma simple, cultivar cosas y hacer artesanías… pero ¿qué pasa con los cientos de miles que no pueden esperar ser propietarios y artesanos autosuficientes?” Así se sintetiza la queja de los críticos modernos contra el “Distributismo”, la filosofía económica que inspiró la enseñanza social católica y que fue desarrollada, a comienzos del siglo pasado, por pensadores católicos como G. K. Chesterton y Hilaire Belloc. De acuerdo con el Distributismo, la propiedad debe estar ampliamente distribuida, de modo que la gente pueda ganarse la vida sin necesidad de sostenerse en el Estado (socialismo) o en unos pocos individuos (capitalismo). De acuerdo con la idea pesimista de los críticos, la economía a pequeña escala está bien en principio, pero ya no es practicable.


Cuestiones como ésta ocupaban un espacio central en la lucha filosófica del Dr. E. F. Schumacher, arribando a la conclusión de que el pesimismo es una profecía autocumplida. Si uno cree que lo peor puede ocurrir, probablemente ocurrirá. La negación engendra negación. El antidote contra tal desesperación es la esperanza, creía el Dr. E. F. Schumacher. Fue bajo esta inspiración que en 1973 escribió Lo Pequeño es Hermoso, un libro que, al menos por un tiempo, hizo del Distributismo el credo económico y político de moda. La mente económicamente entrenada de Schumacher había resuelto muchos de los supuestos problemas del Distributismo de modo que sus principios fuesen aplicables incluso para los “cientos de miles que no pueden esperar ser propietarios y artesanos autosuficientes”. Schumacher había triunfado donde Hilaire Belloc y G. K. Chesterton habían fracasado.


Lo Pequeño es Hermoso de Schumacher, subtitulado “un estudio de la economía como si la gente importase”, fue publicado en 1973, inmediatamente aclamado y convertido en un best seller internacional. Al momento de su publicación, Schumacher era bien conocido como economista, periodista y pequeño empresario. Había sido asesor económico de la británica Junta Nacional del Carbón entre 1950 y 1970, y había creado el concepto de Tecnología Intermedia para los países en desarrollo. En 1967 se convirtió en curador de la Comunidad Scott-Bader, una cooperativa de productores fundada en 1959, cuando el dueño de la empresa, Ernest Bader, transfirió la propiedad a sus trabajadores. Bader, que era cuáquero, creía que la propiedad cooperativa era una expresión de los principios social cristianos en la práctica. Para sorpresa de los muchos escépticos, la Comunidad Scott-Bader prosperó, convirtiéndose en líder en tecnología de polímeros y en una modelo de buenas relaciones laborales en una época donde el resto de la industria se caracterizaba por los conflictos sindicales. Schumacher también fue presidente de la Asociación del Suelo, la agrupación británica más grande de granjas orgánicas.


Schumacher se hizo famoso en todo el mundo, idolatrado como un gurú, tanto por la contracultura californiana como por los nuevos ecologistas.


Nacido en Bonn (Alemania) el 16 de agosto de 1911, Schumacher estuvo por primera vez en Inglaterra en octubre de 1930, cuando —con la beca Rhodes— estudió Economía en el New College de la Universidad de Oxford, donde permaneció hasta septiembre de 1932. A los 22 años viajó entonces a Nueva York, donde enseñó Economía en la Universidad de Columbia. Insatisfecho con una teoría sin experiencia práctica, regresó a Alemania para probar suerte como empresario, granjero y periodista. En 1937, disgustado con la vida en el Tercer Reich de Hitler, se mudó por última vez a Inglaterra. A su regreso, volvió a la vida académica de Oxford y diseñó un plan de reconstrucción económica que influenció a John Maynard Keynes cuando éste participó en la formulación de los acuerdos de Bretton Woods. Tras la guerra, Schumacher fue asesor económico de la Comisión Británica de Control de Alemania entre 1946 y 1950, antes de convertirse en asesor económico de la Junta Nacional del Carbón, un puesto que ocupó por los próximos veinte años.


Estaba claro que las credenciales de Schumacher como economista estaban fuera de duda, pero pocos sabían que cuando se publicó Lo Pequeño es Hermoso que sus teorías económicas estaban sujetas a sólidos principios religiosos y filosóficos, frutos de toda una vida de búsqueda. En 1971, dos años antes de la publicación de Lo Pequeño es Hermoso, Schumacher se había convertido al catolicismo, el destino final de su viaje filosófico.


El viaje había comenzado poco después de la guerra junto a una creciente desilusión por la teoría económica marxista. “Durante la guerra era definitivamente marxista”, dice su hija y biógrafa Barbara Wood. Entonces, a principios de los ’50 visitó Birmania (hoy, Myanmar) lo que “fue muy importante para comenzar a cambiar realmente su pensamiento económico”. “Vine a Birmania como una vagabundo sediento y aquí encontré agua de vida”, escribió. Específicamente, su encuentro con la forma budista de ver la vida económica le hizo darse cuenta de que las actitudes económicas occidentales se derivaban de criterios estrictamente subjetivos basados en supuestos filosóficos materialistas. Por primera vez comenzó a ver más allá de las teorías económicas establecidas y a buscar alternativas viables. Como economista desarrolló una mirada meta-económica, de la misma manera que el historiador Christopher Dawson desarrolló una mirada meta-histórica. Este cambio fundamental en su punto de vista es discutido en Lo Pequeño es Hermoso. Los economistas modernos, escribió Schumacher, “padecen normalmente de una especie de ceguera metafísica, suponiendo que la suya es una ciencia de verdades absolutas e invariables, una ciencia sin presupuestos”. Pero esto no es así: “la Economía es una ciencia ‘derivada’ que acepta indicaciones de lo que yo llamo Meta-economía. Cuando estas indicaciones cambian, del mismo modo debe cambiar la Economía”.


Para ilustrar este punto, en un capítulo intitulado “Economía Budista”, Schumacher explora modos en que las leyes económicas y las definiciones de conceptos como “económico” e “ineconómico” cambian “cuando se abandona la base meta-económica del materialismo occidental y se reemplaza por la enseñanza del budismo”. Él estipuló que la elección del budismo era “puramente casual; las enseñanzas del cristianismo, el Islam o el judaísmo podrían haberse usado lo mismo que cualquiera de las otras de las tradiciones orientales principales”.


Tomando por ejemplo el concepto de “trabajo”, comparó las actitudes de los economistas occidentales y sus colegas budistas. Los economistas de Occidente consideran el trabajo “como poco menos que un mal necesario”:


Desde el punto de vista del empleador, [el trabajo] es en cualquier caso simplemente un componente del costo que debe ser reducido a un mínimo siempre que no pueda ser eliminado del todo, por la automatización por caso. Desde el punto de vista del empleado, es una “des-utilidad”; trabajar es sacrificar el ocio y el confort, y el salario es una especie de compensación por ese sacrificio.


“Desde el punto de vista budista”, explicó Schumacher, “esto es poner la verdad de patas para arriba al considerar las mercancías más importantes que las personas y el consumo más importante que la actividad creadora. Significa cambiar el énfasis del trabajador al producto del trabajo, esto es, de lo humano a lo sub-humano, una sumisión a las fuerzas del mal.”


La mirada budista, por otro lado, “considera la función del trabajo al menos bajo tres aspectos”: “dar a un hombre la posibilidad de utilizar y desarrollar sus facultades; permitirle superar su egocentrismo al unirse con otra gente en una tarea común; y dar vida a bienes y servicios necesarios”.


Desde el punto de vista budista, continúa Schumacher, organizar el trabajo de forma que se transforme en algo sinsentido, aburrido, estúpido o estresante para el trabajador es algo casi criminal; indicaría una mayor preocupación por las cosas que por la gente, una maligna pérdida de la capacidad de compasión y un corruptor apego al costado más primitivo de la existencia terrena.


En Inglaterra, esta postura ya había sido sostenida por Chesterton, Belloc, Gill y otros distributistas, y también por Dorothy L. Sayers. Sin embargo, parece que Schumacher no conocía sus escritos al momento de visitar Birmania a principios de los ’50. Su inmersión en las bases religiosas de la Economía fue, por lo tanto, una revelación budista, no cristiana. Pero lo más importante, sin embargo, fue que descubrió que la Economía se derivaba como ciencia de premisas filosóficas o religiosas, y esto lo condujo a un cambio fundamental en su forma de encararla. No sólo comenzó a ver la Economía bajo una luz radicalmente distinta, sino que empezó a mirar la importancia crucial de la filosofía para comprender tanto la Economía en particular como la vida en general.


A pesar del efecto profundo que causó el budismo en general sobre su pensamiento, el regreso de Schumacher a Inglaterra “no se vio marcado por una profundización de sus estudios sobre las religiones orientales”. En vez de ello, se concentró en el estudio riguroso del pensamiento cristiano, particularmente de Santo Tomás de Aquino, y de escritores modernos como René Guenon y Jacques Maritain. También comenzó a leer a los místicos cristianos y las vidas de los santos.


A pesar de que aún no se consideraba un cristiano, su anterior actitud hostil hacia el cristianismo se había suavizado. Como resultado de ello, su esposa, que provenía de un devoto hogar luterano, comenzó a llevar a los niños a la iglesia sin temor a las objeciones de su esposo.


Schumacher hizo pública su nueva orientación en una conferencia radiofónica de mayo de 1957 en la que criticaba el famoso libro de Charles Frankel, En Defensa del Hombre Moderno. Esta conferencia fue llamada “La insuficiencia del liberalismo” y en esta exposición acuñó su concepto de las “tres etapas del desarrollo”. El primer salto, decía, se produjo cuando el hombre cambió la religiosidad primitiva de la primera etapa por el realismo científico de la segunda. Ésta es la era en la que tiende a estar el hombre moderno. Pero entonces, dijo, alguna gente ya no está satisfecha con el realismo científico, percibiendo sus deficiencias, y se dio cuenta de que existe algo más allá de los hechos y las ciencias. Esta gente progresa a un plano superior de desarrollo, que él llago tercera etapa. Explicó que el problema es que para los que están en la segunda era, las primera y tercera parecen exactamente lo mismo. Consecuentemente, los que están en la tercera etapa son vistos como alguna clase de locos, relapsos en el sinsentido de la niñez. Sólo aquellos que están en el tercer escalón, habiendo estado en el segundo, pueden entender la diferencia entre el tercero y el primero. Esta extraña mezcla de misticismo explicado empíricamente en el lenguaje de un economista fue un primer ejemplo de la fórmula ganadora que iba a hacer de Lo Pequeño es Hermoso un gran éxito.


La transmisión de Schumacher provocó grandes ataques. Un corresponsal del diario socialista New Statesman and Nation criticó su charla como algo típico de un “economista católico”, lo que produjo la indignación de nuestro biografiado. En este tiempo, él no se consideraba católico y le molestó que alguien pudiese confundirlo con uno. Sin embargo, continuó leyendo a escritores católicos. A mediados de los ’50 comenzó a interesarse en Dante y, a través suyo, se introdujo en los escritos de Dorothy L. Sayers. Schumacher describió a Sayers como “una de los mejores comentadores de Dante así como de la sociedad moderna” y citó bastante de los Ensayos Introductorios sobre Dante que ella publicó en 1954:


Que el Inferno es una imagen de la sociedad humana en estado de pecado y corrupción, es algo en que todos estaremos de acuerdo. Y dado que actualmente estamos bastante convencidos de que la sociedad está en mal estado y que no necesariamente está evolucionando hacia un estado de perfección, encontramos bastante fácil reconocer las etapas en que se llega a la corrupción más profunda. Futilidad; falta de fe viva; estar a la deriva en una moral perdida, consumo avaro, irresponsabilidad financiera y malhumor descontrolado; un individualismo auto-satisfactorio y obstinado; violencia, esterilidad y falta de reverencia por la vida y la propiedad (incluso las propias); la explotación del sexo, la degradación del lenguaje por medio de la publicidad y la propaganda, la comercialización de la religión, la moda de la superstición, el adoctrinamiento de mentes por histeria masiva y “hechizos” de toda clase, venalidad y amiguismo en los asuntos públicos, hipocresía, deshonestidad en las cosas materiales, deshonestidad intelectual, el fomento de la discordia (clase contra clase, nación contra nación) por lo que uno pueda obtener de ello, la falsificación y destrucción de toda forma de comunicación; la explotación de las emociones más bajas y más estúpidas; la traición incluso a los principios, la familia, la patria, la amistad y los juramentos: son todas éstas etapas demasiado bien reconocibles que llevan a la fría muerte de la sociedad y a la extinción de toda relación civilizada.


“¡Qué haz de problemas divergentes!”, exclamó Schumacher tras citar este pasaje. “Aún así la gente exige ‘soluciones’, y se enojan cuando se les dice que la restauración de la sociedad debe venir desde dentro y que no puede desde fuera.”


Para fines de los ’50, había llegado a la conclusión de que el hombre era homo viator, un hombre creado con un sentido. Era la incapacidad de reconocer este hecho lo que había traído los presentes males sociales. Una vez que el hombre se reconociera de hecho como homo viator, reconocería un propósito en su vida fuera de sí mismo. La vida sería vista como una existencia objetiva necesitada de un juicio acerca de la realidad, y una interacción con ella, desinteresada y no egoísta. Y, dado que el hombre fue creado con un propósito, era su deber cumplir aquel propósito para el que fue creado. Era individualmente responsable por sus actos.


Para Schumacher existen tres culpables principales del rechazo del hombre moderno a aceptar o reconocer su responsabilidad individual. Ellos son Freud, Marx y Einstein. Apodándolos el “trío maligno”, consideraba que ellos habían sido agentes corrosivos de un mundo que había perdido su camino. Freud, a través de su enseñanza de que la percepción está sujeta a la interacción compleja del ego y el id, quienes a su vez están sujetos a imperativos de base sexual, subjetivó la percepción, haciéndola literalmente egocéntrica. Esto llevó inevitablemente al cambio de actitud en las relaciones humanas, donde el proveer para uno mismo, se hizo más importante que proveer para las necesidades de los otros. Marx, al buscar como chivo expiatorio a la burguesía, reemplazó la responsabilidad personal por el odio del otro. Si algo está mal en la sociedad, algún otro tiene la culpa. Einstein minó la creencia en los absolutos con su insistencia en lo relativo de todo. La aplicación de la “relatividad” en el campo de la moral llevó lógicamente al rechazo de toda moral, excepto aquello que me es personalmente conveniente.


Schumacher dio una serie de conferencias en la Universidad de Londres en 1959 y 1960 en las que examinó las implicancias de la creencia del hombre como homo viator en la Política, la Economía y el Arte. Si uno acepta que el hombre fue creado por Dios con un propósito específico, la Política, la Economía y el Arte sólo tienen valor en tanto que sean sirvientes que ayuden al hombre a alcanzar ese plano más elevado de existencia que es su meta. Para el hombre moderno, que ignora el propósito para el que fue creado, la única función de la Política, la Economía y el Arte es proveer a su ambición, su lujuria animal y su deseo de poder.


“Es cuando nos topamos con la Política”, insistía Schumacher, “que ya no podemos posponer o evitar la pregunta sobre el fin último y el propósito del hombre”. Si uno cree en Dios, ejercerá la Política “conciente del destino eterno del hombre y de las verdades del Evangelio”. Sin embargo, si uno cree “que ya no existen obligaciones”, se hace imposible resistir la tentación del maquiavelismo: “la política como el arte de obtener y mantener el poder, para que tú y tus amigos ordenen el mundo como les guste”.


No existe posición intermedia sostenible en el tiempo. Aquellos que quieren la Buena Sociedad, sin creer en Dios, no pueden enfrentarse a las tentaciones del maquiavelismo; se desesperan o se confunden, fabulando acerca de la bondad de la naturaleza humana y la vileza de tal o cual adversario… El “humanismo” optimista, al “concentrar el pecado en unos pocos” en vez de admitir su presencia universal en toda la raza humana, termina en la peor crueldad.


La Política trata acerca de la esperanza, explicó, y dado que la esperanza nada tiene que ver con la ciencia, la Política no puede ser científica. La Política, como la Economía, es un derivado de premisas filosóficas, y están sujeta a ellas. Creía que esto era tan cierto en el Arte como en la Política y la Economía. “Las bellas artes practicadas sin responsabilidad son corrupción”, dijo en una charla un año antes. Usando la Literatura como ejemplo, continuó: “la prueba es perfectamente simple: al leer un libro, ¿sólo me meto en la jaula de un ensueño u obtengo a cambio una ayuda para entender el significado y el propósito de la vida del hombre sobre la tierra?” Aplicando esta prueba, Schumacher estaba haciéndose eco de Dorothy L. Sayers cuando ella insistía en la necesidad de una “lectura creativa” al final de Comience Aquí, su ensayo de tiempos de guerra. Casi no sorprende que, aplicando esta prueba, Schumacher restringiera sus lecturas a la no-ficción. De acuerdo con su hija, consideraba que la mayoría de las novelas son “veneno recubierto de papel de aluminio”. “No le gustaban las novelas donde el bien no triunfa. Dudo que tuviese tiempo para Graham Greene, etc. Para él, todo arte —la Música, la Pintura, la Literatura— tenía el propósito de elevar el alma. Cuando no lo logra, no cumple con su función.”


De una conferencia que dio sobre Marxismo en la Universidad de Londres, puede deducirse el hecho de que la lista de lecturas de Schumacher consistiera mayormente de estudios tomistas: “Lenin dijo una vez que Marx sintetizaba toda la filosofía alemana, el socialismo francés y la economía clásica británica. Ésta es la fuerza de Marx. En esto no tuvo rival en el siglo XIX, excepto la síntesis tomista que León XIII recuperó para el pensamiento católico alrededor de 1850”.


Más allá del error cronológico (León XIII no fue Papa hasta 1878), esta afirmación es notable por la suprema importancia que Schumacher da al resurgir tomista como una fuerza de importancia en la Filosofía moderna. Para 1960 había emergido como fuerza de importancia en la propia filosofía de Schumacher. “Tomás de Aquino fue muy importante para él”, recordaba su hija. “Tenía todos sus libros en su biblioteca, en alemán.” También había leído las obras de los neotomistas. Jacques Maritain era “alguien a quien él admiraba”, Etienne Gilson era “otra influencia” y había leído el libro sobre el Aquinate de F. C. Copleston que fue publicado en 1955.


Además del tomismo, Schumacher admiraba la obra de San Agustín, de Santa Teresa de Ávila y de San Juan de la Cruz. También estaba “muy interesado en la mística ruso ortodoxa”.


Su hija recuerda también que su padre tenía los libros de Teilhard de Chardin y que El Fenómeno Humano estaba todo condimentado con anotaciones al margen con frases como “típica basura”, “porquería” y “sin sentido”. “No estaba de acuerdo con la idea de que la humanidad estuviese evolucionando hacia Cristo. Sentía profundamente que no tenía sentido sugerir que nosotros estuviésemos más avanzados que todas las grandes mentes de la historia de la Iglesia hasta sus inicios.” Por supuesto que en esto se hacía eco de la idea de Chesterton que había convencido a C. S. Lewis, aquella de que “los antiguos tenían tanto ingenio y cerebro como nosotros”. Barbara Wood no recuerda si su padre leyó El Hombre Eterno, pero tenía “muchos libros de C. S. Lewis. Creo que lo admiraba.” Schumacher y Lewis realmente se conocieron entorno a 1960 durante una comida en el Worcester College de la Universidad de Oxford. George Sayer, amigo y biógrafo de Lewis, que también estuvo presente ese día, recordaba que “Schumacher hablaba con un fuerte acento alemán y ¡tenía modales bastante groseros en la mesa!”


Schumacher también tenía libros de E. I. Watkin y de Ronald Knox, incluyendo La Misa en Cámara Lenta.


“Otra persona que admiró al principio fue Thomas Merton”, recordó Barbara Wood, “pero sentía que los últimos libros de Merton eran un fiasco. Dijo que La Montaña de los Siete Círculos era un libro muy peligroso para leer, puesto que cualquiera que lo leyera podría creer que eso es ser católico. Y él no se hubiese hecho católico si antes hubiese leído La Montaña de los Siete Círculos. ”


A pesar de toda esta teorización, Schumacher todavía no era católico y necesitó una grave crisis para cambiar las cosas. “No fue a la iglesia sino hasta la muerte de mi madre en 1960”, rememora Barbara. “Mi madre provenía de un devoto hogar luterano y tal vez pensó que tenía el deber de seguir llevándonos a la iglesia.”


A comienzos de los ’60, llevaba a sus hijos los domingos a la iglesia protestante ¡mientras continuaba leyendo Teología católica el resto de la semana! “Leía ávidamente”, dice Barbara, “y fue en los ’60, durante la Guerra Fría, que comenzó a descubrir las encíclicas papales. Le fueron presentadas por Harry Collins, un amigo que también era católico. De a poco comenzó a darse cuenta de que con aquéllos con los que más coincidía eran católicos.”


Importante para la destilación final de las ideas de Schumacher que alcanzaron la madurez con Lo Pequeño es Hermoso, fue la lectura de las encíclicas. El 15 de mayo de 1961 el Papa Juan XXIII publicó Mater et Magistra (Madre y Maestra), su primera encíclica social. En los párrafos introductorios, el Papa reafirmaba el derecho y el deber de la Iglesia de enseñar en temas de justicia y sociedad, luego ocupaba toda la Primera Parte en enfatizar su total adhesión a la enseñanza social de sus predecesores León XIII, Pío XI y Pío XII. El Papa Juan llamaba la atención sobre la enseñanza de Pío XI acerca de que el contrato de salariado, cuando fuese posible, debería ser modificado, de alguna forma, para dejar en claro el derecho del asalariado a participar de las ganancias y, de hecho, a compartir, de manera apropiada, el proceso decisorio en el lugar de trabajo. Reforzando el magisterio de su predecesor, el Papa Juan escribió que era su convicción de que los trabajadores deben buscar involucrarse en la vida organizada de la empresa que los emplea y en la que trabajan.


Estos principios animaban los esfuerzos de muchos católicos que trabajaban por la justicia social en los ’60. Tal vez, el fruto más dramático de la enseñanza papal se dio en la región de Mondragón, en España, donde secciones enteras de la industria se convirtieron en cooperativas de productores.


Al Papa León XIII se le atribuye popularmente sentar las bases de la enseñanza católica moderna sobre temática social con su encíclica Rerum Novarum, publicada en 1891. Ella se convirtió en uno de los textos de referencia para el pensamiento socio-reformista de todo el mundo. En Inglaterra causó una impresión profunda en Hilaire Belloc y formó la base de su exposición del Distributismo en los primeros años del siglo XX. El Papa Pío XI conmemoró el 40º aniversario de la publicación de Rerum Novarum con la publicación de su propia encíclica social, Quadragesimo Anno, en 1931. Ella remarcó la relevancia continuada de la enseñanza del Papa León. Este magisterio, que fue sintetizado en los documentos del Concilio Vaticano II, se centraba en el principio de que las “empresas comerciales” no son en primer lugar unidades de producción sino lugares donde se asocian personas, esto es hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios. Tal postura fue música para los oídos de Schumacher al poner al homo viator en el mismo centro de la vida económica, “la Economía como si la gente importase”, según el subtítulo que puso a su Lo Pequeño es Hermoso. El principio práctico que se deduce lógica e inevitablemente de esto es que, para emplear la jerga moderna, la actividad económica debe convertirse en “user friendly” (amistosa con el usuario). Donde sea posible, la Economía debe ser llevada a cabo a escala humana de manera que la gente pueda expresarse en un entorno natural libre de la alienación inherente a los emprendimientos macroeconómicos. ¡Lo pequeño es hermoso!


En junio de 1968, mientras Schumacher estaba en Tanzania asesorando al gobierno de Julius Nyerere sobre cómo aplicar mejor la tecnología intermedia a la economía en desarrollo de su país, su segunda esposa se allegó hasta el párroco católico local y pidió ser instruida en la Fe católica. De acuerdo con Barbara Wood, “el Padre Scarborough era un sacerdote viejo y experimentado, que recibió a Vreni amistosamente pero no con los brazos abiertos como ella imaginaba”. Por el contrario, en vez de recibirla inmediatamente como un feligrés más, le sugirió que fuese a Misa de tiempo en tiempo, para ver si le interesaba. Consecuentemente, cuando Schumacher regresó de Tanzania, encontró a su mujer yendo a Misa en forma regular. La próxima vez que fue, él la acompañó. Aunque había vivido sobre la base de una dieta regular de autores católicos, antiguos y modernos, complementada con encíclicas papales que le proveían sus amigos, casi no sabía nada sobre el culto o los ritos de la Iglesia. Su experiencia de catolicismo era todo teoría y ninguna práctica. Asistiendo a Misa por primera vez, se sintió fascinado con el drama que se representaba ante sus ojos. Quedó “impresionado particularmente por la reverencia con que el sacerdote tomaba el cáliz y la patena luego de la distribución de la comunión, el cuidado con que cada elemento era cuidadosamente limpiado”.


Unas semanas después, la Iglesia Católica llegó a los titulares en circunstancias controversiales cuando el Papa Pablo VI promulgó su famosa encíclica Humanae Vitae, en la cual reafirmaba la creencia de la Iglesia en la santidad del matrimonio y el amor marital. El aspecto más controvertido de la encíclica, y el único aspecto que los medios consideraron digno de mención, fue la condena papal del uso de métodos artificiales de anticoncepción. Los años de fines de los ’60 eran tiempos licenciosos, disfrazados de liberación, y la Humanae Vitae fue acusada de ser un ataque a esa libertad. El espíritu de fines de los ’60 estaba dominado por el cliché de la “libertad” sexual, de las drogas y del rock & roll, y las prohibiciones del Papa encajaban no sin disconformidad en la cultura hippy de moda. No era la primera vez en su historia que la Iglesia se encontraba a sí misma contra mundum. Incluso muchos católicos se encontraron disconformes con esta enseñanza que parecía tan opuesta al “Progreso”. Graham Greene, durante una visita a Paraguay en 1969, desafió al Papa cuando aconsejó a un grupo de niñas en edad escolar “no preocuparse de la encíclica, puesto que pronto será olvidada”: “Intenté asegurarles que ella tiene poco que ver con la Fe y que no era una declaración infalible, como el mismo Papa había dicho.”


Sorpresivamente tal vez, Schumacher tomó una postura completamente distinta a la de Greene. “Si el Papa hubiese escrito cualquier otra cosa”, le dijo a Harry Collins, “hubiese perdido toda fe en el papado”. Barbara, su hija, lo telefoneó para preguntarle qué pensaba de la encíclica y él le respondió que el Papa no podría haber dicho otra cosa. También su esposa encontró confort en el pronunciamiento del Papa:


Para ella, el mensaje que transmitía era una afirmación y un apoyo del matrimonio, un mensaje de apoyo para mujeres como ella misma que se habían entregado por entero a sus matrimonios y que se veían aturdidas por la presión de un mundo externo que les gritaba cada vez más fuerte que el hogar y las relaciones monogámicas eran opresivas para la mujer y que les impedían “desarrollarse a sí mismas”.


Vreni Schumacher regresó junto al Padre Scarborough y pidió nuevamente ser aceptada en un curso de instrucción en la Fe católica.


Al mismo tiempo, pero no siendo ello conocido por su padre y su madrastra, la hija de Schumacher, Barbara, también “atravesaba un período de búsqueda espiritual”. Sentía una gran atracción por la Iglesia Católica desde sus días escolares “pero siempre había tenido miedo de profundizar”. Entonces, al aparecer Humanae Vitae, finalmente decidió que debía hacerse católica: “Para mí, la encíclica era una prueba de que podía confiar en la Iglesia, de que no se sometía a los vaivenes de la sociedad. De que no sería una esclava de la moda.” Cuando informó a su padre la decisión se sorprendió de su reacción agresiva y aparentemente hostil. Bombardeó a su hija Barbara y su esposa Vreni con una serie de preguntas: “Nos había tomado por sorpresa. Sabíamos de su simpatía por la Iglesia Católica y su devoción a tantos escritores católicos. Algún tiempo después, explicó que quería asegurarse de que supiésemos bien lo que estábamos haciendo y que, por lo tanto, jugó el papel del abogado del diablo.”


Cuando su hija fue recibida en la Iglesia algunos meses después, le regaló los cuatro volúmenes de Los Sermones Dominicales de los Grandes Padres, con la siguiente dedicación: “Para Barbara, con amor y los mejores deseos, mi gozo y total aprobación. Papá.”


El apoyo de Schumacher y la aprobación del paso que su esposa e hija estaban tomando fue tan notorio que llevó a hacerse la siguiente pregunta obvia: “¿si estás de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, por qué no te haces católico?” Cuando su hija se lo preguntó, él respondió que “no puedo hacérselo a tu madre”. “Había todo tipo de impedimentos emocionales que lo retenían”, explicó su hija. “Toda su familia había sido luterana y la diferencia era demasiado grande.” Su soberbio estudio de las divisiones causadas por la Reforma llevaba a Schumacher a considerar su conversión al catolicismo como algo más revolucionario que sus anteriores pasos por el marxismo y el budismo, los cuales habían causado en sus padres ansiedad y pena.


Poco después de que Schumacher hubiese dado su bendición a las conversiones de su esposa e hija, se abocó a trabajar en dos libros, distintos pero relacionados. Uno era una especie de mapa espiritual en el que recopilaba todas las amenazas a su propia búsqueda espiritual. Esto, pensaba, podría ser beneficioso para otros que también estaban perdidos y confundidos en un mundo con metas conflictivas. Ya tenía un título en mente para este libro. Sería llamado Guía para Perplejos.


El segundo libro sería una mirada alternativa a la economía que, en un comienzo, quiso llamar Los que Regresan a Casa puesto que creía que abogaría por un regreso al sentido común tradicional y un rechazo de la “estampida hacia delante” que caracteriza la vida moderna. El subtítulo que escogió fue mucho menos esotérico y más claro: “Economía como si la Gente Importase”. Éste sería publicado como Lo Pequeño es Hermoso.


Aunque consideraba más importante al primero de sus libros, decidió comenzar con el otro. Con realismo calculado, pensó que el libro sobre Economía se vendería mejor y que lograría así llegar a una mayor cantidad de lectores con su libro espiritual si la gente se había interesado primero en su libro de Economía.


Schumacher se apoyó mucho en sus artículos y conferencias anteriores para conformar el cuerpo del libro, agregando un poco por aquí, actualizando un poco por allí y haciendo algún vínculo por allá. Unos pocos capítulos eran esencialmente nuevos, pero otros eran copiados de artículos ya publicados en revistas en las que escribía regularmente. Entre ellas estaba Manas, una publicación estadounidense editada por Henry Geiger, y Resurgence, un periódico comenzado por John Papworth y adquirido por Satish Kumar. Resurgence exponía los principios de la pequeñez y la descentralización y era un foro para pensadores radicales alternativos como Leopold Kohr, Ivan Illich o John Seymour, que llevaban luz al movimiento de auto-sustentabilidad.


En la primavera de 1971, en medio de su trabajo en Lo Pequeño es Hermoso, finalmente decidió ser recibido en la Iglesia Católica. Durante los meses que siguieron, iba todos los miércoles a la mañana a ser instruido por el Padre Scarborough. Parece que recibía la instrucción en la mayor humildad puesto que su esposa observó que nunca se quejaba a pesar de “que ya conocía todo luego de años de estudios y lecturas, y se hacía obvio que el afecto y el respeto hacia el párroco local crecía con cada clase”. Fue recibido en la Iglesia por el mismo P. Scarborough el 29 de septiembre de 1971. Los únicos testigos fueron su esposa, su hija y su yerno, él también converso. Su hija recordaba que él se hallaba muy conmovido mientras recitaba el Credo y tomaba la Comunión. “Al final”, dijo ella, “podía descansar tras una larga búsqueda incansable.” Sorprendentemente, Schumacher mismo declaraba que así “había legalizado un largo amorío ilícito”.


Poco después de su conversión, trabó una duradera amistad con Christopher Derrick. “Con frecuencia me sentaba con él en el autobús”, recordaba Derrick, “y me convidaba con whisky… Se sentaba, bebía y charlaba.” Las reminiscencias de Derrick sobre estas conversaciones ofrecen una mirada única sobre el largo e intelectualmente arduo camino de Schumacher hasta Roma.


Comenzó como un economista de combustibles y se convirtió en economista jefe de la Junta Nacional del Carbón. Entonces, y aún es así, la política era reducir la industria carbonífera… y aumentar la dependencia del petróleo. Eso le molestaba… como una locura porque los recursos petrolíferos son mucho más limitados y, como saben, las cantidades necesarias sólo se consiguen en algunas de las regiones más inestables del mundo… Se opuso a la política del gobierno y sostuvo que este tipo de cursos de acción no era la forma de conducir el mundo. Como respuesta, alguien le dijo “¿entonces cómo tenemos que conducir el mundo?” Buena pregunta. Entonces se decidió a estudiar el tema y con una mente completamente abierta. Se embarcó en una enorme cantidad de lecturas… Entonces alguien le dijo que debía leer las encíclicas de los Papas de Roma. “No, no”, dijo, “estoy seguro de que los Papas son hombres muy santos que viven en sus torres de marfil en el Vaticano, pero no saben nada de la dirección de los asuntos mundanos… Pero este amigo… insistió en que debía leer las encíclicas sociales, Rerum Novarum y Quadragesimo Anno sobre todo… Lo hizo y quedó absolutamente sorprendido. Dijo: “aquí estaban estos hombres célibes viviendo en una torre de marfil… ¿por qué pueden decir una gran cantidad de cosas con sentido común cuando todos los demás hablan sin sentido?”…


Durante el curso de sus conversaciones, Schumacher debatió con Derrick los autores del siglo XX que lo habían influenciado. “Mencionó a Chesterton”, recordaba Derrick, “pero, por supuesto, muchos otros, incluyendo a Gandhi; y Gandhi, como Vincent McNabb, fue una fina mezcla de sabiduría con locura… Pienso que Chesterton fue una influencia formativa en él.”


Tanto Christopher Derrick como E. F. Schumacher podían ver la deuda que tenían con los viejos distributistas. “El Distributismo está muy cerca de lo que hoy llamamos cuestión medioambiental o ecológica”, dice Derrick. “En 1972 fue a Estocolmo para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Ambiente. Fue fascinante ver el número de gente —científicos, economistas, incluso políticos— que partiendo de premisas anti-chestertonianas habían alcanzado conclusiones chestertonianas.”


Entre los que en aquella ocasión expusieron en dicha conferencia de la ONU en Estocolmo, estaba Barbara Ward, cuyo ofrecimiento de soluciones distributistas a los problemas mundiales era de antes de la Guerra. Como Schumacher, ella trascendía lo que Derrick llama “maldita y tonta dicotomía de izquierdas y derechas, progresista y conservador” y tuvo un papel significativo y de bajo perfil en el nacimiento del movimiento ecológico. También pudo haber tenido un papel significativo en la conversión de Schumacher puesto que la amistad de ambos se remontaba a los días en que él aún se aferraba a los restos de su marxismo. Ciertamente Ward, católica desde la cuna, compartía los principios del Distributismo desde antes de Schumacher. Es posible que éste se haya visto intrigado, al menos, por las ideas de ella, tanto en el ámbito religioso como económico, en los primeros días de su amistad; una amistad que era tan íntima en la posguerra como para que él eligiera su nombre para poner a su hija. “Me llamo Barbara por Barbara Ward”, dice Barbara Wood. “Se le pidió que fuese mi madrina, pero se rehusó porque nosotros no éramos católicos. A él, ella le caía bien. Me dijo en sus últimos años que Barbara nunca tuvo una idea original en toda su vida, pero era maravillosa para exponer en forma ordenada las ideas de la gente.”


Cuando en 1973 se publicó Lo Pequeño es Hermoso de Schumacher, parecía sintetizar y personificar lo que tanto Barbara Ward como otros “expertos” habían estado diciendo los años previos en la Conferencia de las Naciones Unidas. La oportunidad para su publicación no podía haber sido mejor. Inmediatamente, parecía encapsular las ansiedades ambientalistas de toda una generación. “Salvar al mundo con una pequeña charla” era el titular de un artículo acerca de Schumacher escrito por Victoria Brittain en The Times el 2 de junio:


Schumacher… cree que el abandono de la ética clásica / cristiana en el mundo occidental nos ha dejado como pobres devotos de la religión del crecimiento económico que nos empuja a un muy posible desastre mundial. Su libro lanza una polémica a favor de la pequeñez, y a favor de los que llama valores meta-económicos, en los cuales la gente está antes que las ganancias.


De la noche a la mañana, Schumacher se hizo famoso en todo el mundo. Idolatrada como gurú por la contracultura californiana y por las nuevas generaciones ecologistas, simultáneamente se le reconoció en la Lista de Honores de la Reina, siendo condecorado como Caballero del Imperio Británico en 1974. Pasó los últimos años de su vida disfrutando la gloria reflejada de su libro best seller, seguro de que había cambiado la forma de pensar de millones de personas. En 1977 sus teorías se habían hecho tan populares que fue invitado por el presidente estadounidense Carter para conversar media hora en la Casa Blanca y el presidente se fotografió sosteniendo una copia de Lo Pequeño es Hermoso.


Schumacher murió el 4 de septiembre de 1977, a la edad de 66 años. Su obituario en The Times dos días después parecía disculparlo, refiriéndose sólo brevemente al hecho de que era “un ardiente conservacionista”. Esto provocó una airada respuesta de Christopher Derrick, que fue publicada el 9 de septiembre:


El Dr. E. F. Schumacher fue un hombre mucho más influyente de lo que vuestro breve obituario sugiere. Su libro Lo Pequeño es Hermoso no sólo fue “publicado en 1973”, sino que ha sido traducido a quince idiomas y fue recibido con expectativa mundial, y es tenido en cuenta con seriedad en círculos tan diversos como la Casa Blanca y el Vaticano…


Si se convirtió en algo así como una figura de culto en los últimos años —notablemente entre los jóvenes estadounidenses— esto no fue simplemente por su presencia característica y su magnetismo personal. Al menos parcialmente, fue debido a que combinaba su rigurosísimo pensamiento científico con su muy compasivo compromiso religioso; fue también porque había puesto el dedo en la llaga, con precisión sin precedentes, en muchos problemas entorno al del “desarrollo”…


El suyo es un mensaje de extraordinaria universalidad…


Al día siguiente, The Times incluyó un tributo escrito por Barbara Wood, cuyo libro El Hogar del Hombre, publicado los años previos y escrito con motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas de 1976 sobre el Establecimiento Humano, que tuvo lugar en Vancouver, fue una reiteración de los principios que Schumacher tanto quería. “Cualquiera con la suficiente fortuna como para conocer a Fritz Schumacher”, escribió, “estará llorando la pérdida de un amigo que combinaba una notable inteligencia innovadora y el rigor mental con una enorme caballerosidad y humor. Pero lo que el mundo ha perdido es de mucha mayor importancia.” Ward pasaba revista a los logros de Schumacher, haciendo especial énfasis en su trabajo pionero en el terreno de la tecnología intermedia, para concluir con entusiasmo melancólico: “A muy poca gente se le da la posibilidad de iniciar el cambio, drástica y creativamente, en la dirección del pensar humano. El Dr. Schumacher pertenece a esta minoría intensamente creativa y su muerte es una pérdida incalculable para toda la comunidad internacional.”


El 30 de noviembre se celebró una Misa de Réquiem para Schumacher en la catedral de Westminster. Durante la misma, Jerry Brown, gobernador de California, amigo y discípulo de Schumacher, lo describió como “un hombre de absoluta simpleza que movilizó a grandes masas con la fuerza de sus ideas y su personalidad. Desafió las creencias fundamentales de la sociedad moderna desde el contexto de la antigua sabiduría”. David Astor también dirigió unas palabras a los asistentes y el Alto Comisionado para Zambia leyó un mensaje del presidente Kaunda. Otros dignatarios presentes incluían al Alto Comisionado para Botswana, al Embajador de los Estados Unidos y a miembros de ambas cámaras del Parlamento británico.


Al día siguiente, The Times describió a Schumacher como un “pionero del pensamiento post-capitalista y post-comunista” y, para compensar su anterior indiferencia, dedicó su editorial a recordarlo:


Nunca han faltado profetas y predicadores que señalen que la humanidad se mueve en la dirección equivocada, que la búsqueda de la riqueza no trae necesariamente la felicidad, que la renovación de la percepción moral y espiritual es necesaria para evitar el desastre. De tiempo en tiempo, uno de estos profetas provoca una respuesta que nos dice tanto de la época en la que vive como del mensaje que él nos trae. Dr. Fritz Schumacher… era uno de éstos.


Entre las despedidas laudatorias, aparentemente se olvidó su conversión al catolicismo al final de su vida. Tal vez se pasó por alto, se olvidó o fue meramente considerado irrelevante. Sin embargo, lo cierto es que Schumacher consideraba su conversión de la mayor importancia. Esto puede comprobarse con el hecho de que él consideraba su trabajo espiritual, Guía para los Perplejos, el más importante de sus logros.


“Papi me dio Guía para los Perplejos en su lecho de muerte, cinco días antes de fallecer”, dice su hija. Le dijo que “hacia esto ha ido dirigida mi vida”. Sin embargo, cuando comenzó a investigar para escribir la biografía de su padre, mucha gente se “sorprendía” de descubrir su conversión. “No sabía que se había hecho católico. Pensaban que era un revés, una traición.”


Entre las muchas alabanzas que logró Schumacher, parece, la mayoría se perdieron lo más importante.


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Joseph Pearce es el autor de numerosas biografías famosas acerca de los principales personajes literarios católicos. Está a cargo de las comunicaciones de la Universidad Ave María y, como tal, es editor en jefe de la imprenta Sapientia, así como co-editor de The Saint Austin Review. Además, es autor de Lo Pequeño Aún es Hermoso, libro que transporta la Economía de Schumacher al siglo XXI.



martes, 8 de noviembre de 2011

The Hilaire Belloc Blog: EL CAMINO DE ROMA...

The Hilaire Belloc Blog: EL CAMINO DE ROMA...: The Path to Rome has just been published in Spain by Libreria Catolica . I have included the original review, at the bottom of this messag...
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